Por Marisa Bajo
El tiempo es de
color azul es un bellísimo juego de recorridos
marcados por personajes, cuyas identidades reales e imaginarias se van a ir
cruzando e intercambiando a lo largo del relato en unos espacios transitables,
definidos por el autor entre la realidad, lo imaginado y los deseos, pero que
en esencia invitan a reflexionar sobre la propia identidad en una visión
profunda sobre el valor existencial del hombre ―su fragilidad―, sus creencias,
determinaciones y la duda como eterno paradigma entre conceptos tan abstractos
como el amor, los sentimientos y sus diferentes lecturas.
Pero también es la historia de un viaje, un largo
viaje a través de tiempos y espacios que se superponen, entre paisajes de
memorias que reclaman constantemente su significado, y donde la metamorfosis de
sus personajes y la transformación continua a la que asistimos en el desarrollo
de la obra, nos hace ser conscientes de que experimentamos ciertos códigos
abiertos por el autor, esa consciencia plena que nos brinda la oportunidad de
pertenecer a otros universos, a otros lugares y a otras culturas.
En un doble juego entre la realidad y la ficción, como
premisa esencial otorgada al relato fantástico, y que se manifiesta en una
pluralidad constante de intervenciones a lo largo de su lectura atemporal, la
identidad ideológica del autor, su pensamiento y proyección se hace latente y
se refleja como proyecto evolutivo a través de las diferentes vías que abre. Es
obvio que el trasfondo del libro responde a un proceso intelectual, entendido y
formado por una evolución de comprensión profunda de los temas tratados, como
respuesta al conocimiento adquirido en los diversos campos que aborda. Su
reflexión ante temas como la fe, la religión y la ciencia, mantiene un calado
intenso, a veces crítico ―con fisuras―, al que asistimos ante la
irreversibilidad de los hechos presentados, junto a la utilización de marcos y
alusiones culturales y coordenadas espacio-temporales, que son alteradas en un
tiempo y un espacio que pierde su linealidad a través de un universo simbólico
como aventura del pensamiento.
Con una mirada interior, Ignacio Cólera nos va presentando su mundo a través de lo que le
perturba y de lo que le significa. Lo que invita a pensar en entornos muy
próximos, vivenciales, que se garantizan en un desarrollo fluido y constante,
en un contexto frágil, emocional, pero tremendamente plástico, que queda
recogido en fragmentos de su obra. Entre sus páginas, los personajes se van
dando paso, revelándose, traduciéndose incesantemente y sustentando a la vez
sus vínculos con el espectador en diálogos abiertos. Muchos de ellos prolongan
sus huellas reconocibles a través del relato, en unos destinos que se entretejen
a lo largo del ensayo, en laberintos cerrados o en cruces a veces tangenciales,
donde lo onírico y surreal se mezcla
con la realidad.
La novela, vertebrada en diversos contextos y
geografías, se va a definir entre diferentes planos y espacios simultáneos, que
van a marcar esencialmente el concepto de lo temporal en el ensayo narrativo.
Dividida en cuatro partes, la narración se abre en
varios ejes como estructura fundamental, sin que exista un epicentro en la
obra, y donde la realidad histórica / social / religiosa de la que se alimenta
en los variados pasajes a los que se asoma, forma parte de esa disposición
previa que va a ir fundamentando todo el desarrollo posterior. En esa expansión
o retraimiento, los personajes también formarán parte de esa estructura y en
ese movimiento de renovación van a intervenir en cada uno de los cambios en un
mundo que, manteniendo sus valores, inserta sus pautas abarcando un inmenso
territorio no solo físico sino económico / cultural / moral / ético / social /
científico, manifestando señales y direcciones hacia diferentes formas de
existencia.
Cada capítulo del relato aparece acertadamente como
situación cardinal en un mapa jerarquizado por el lugar que le otorga el autor
y su historia, formando parte de un núcleo acorde argumental en la edificación
de un engranaje histórico, alterado por sus propios tiempos y espacios que se
suceden ―secuencialmente― o se superponen en varios planos, donde los conceptos
se entregan en una narración compleja, definida y desarrollada en amplios
encuadres significativos.
El pensamiento mitopoético forma parte de todo ello.
El conocimiento con el que se justifican los tiempos marcados y lo elegido de
los mismos, es lo que hace atrevido y acertado el escrito. Los espacios son
tratados como concreción de cada una de las culturas mencionadas y como
proyecto de socialización / comunicación y herencia cultural, donde lo mágico,
lo sagrado, las creencias, el arte y la ciencia componen ese fragmento en
esencia de un mundo expresivo y vivencial, como cordón umbilical siempre
presente en nuestra historia común.
El reconocimiento en los diferentes espacios de
concienciación aparece en el libro como primer aspecto de aproximación: el de
la apropiación del lugar, el de pertenencia a un territorio, el de ocupación,
el de habitar y su vinculación con las actividades simbólicas entre la
naturaleza, los fenómenos físicos y el misterio de la existencia a través de
los rituales. Todo ello se plasma extraordinariamente en Historia de Aunia. Petra Fincata. Los Dioses de la muerte. La Sima de
los Saúcos. Solsticio en el collado de las Matres. Lobos… La transformación
del pensamiento y otros modos de vida social abren otro tipo de fronteras
físicas y mentales en la manera de entender otros modelos de vida, lo
encontramos entre luces y sombras de un barroco ideológico. María Coronel. La decisión de María Coronel.
Sola ante la bestia. Letanía ardiente. Luces y sombras. La tentación de la
muerte… En la manipulación de los límites, tanto conceptuales como físicos,
se enmarcan los continuos cambios de proyección del hombre moderno a través de
sus conocimientos, ante un universo que es comunicable. Música de fondo para un viaje astral. Nocturno cuántico de radio… A
partir de esta premisa ―conjugar estos espacios plurales―, determina una de las
bases esenciales que van a permitir al novelista accionar el engranaje de su
libro. El juego de los universos múltiples salva ese gran salto al vacío en el
que pueden quedar rotas todas las formas de comunicación y conexiones entre
tiempos y espacios no comunicables.
Diferentes miradas nos embarcan en un relato fantástico
nada común, apasionante, de intriga, ante una realidad modificada, diluida, en
un equilibrio permanente entre la incertidumbre, ―lo no comprensible, lo
inexplicable y lo imprevisible―, como factores determinantes que abren un
paréntesis entre tres espacios y tres tiempos en tres presentes simultáneos,
como planos paralelos que vertebran el recorrido literario, predisponiendo al espectador
a disfrutar de un relato de ficción muy cuidado, a lo largo de los lugares en
donde se desarrolla la obra, cristalizada en imágenes.
El simbolismo del rojo cabello en la figura de Agripina da entrada a la historia… Arégrada.
Siglo I d. C. Asentamiento romano, entre la exclusión de dos culturas ―su procedencia
y ascendencia celtíbera―. Transgresiones entre el mito / lo mágico y lo sagrado
/ lo pagano. El juego / lo iniciático / la libertad… personaje que es a la vez
comienzo y pasado, entre la ficción y la historia. Ágreda. Siglo XVII. Dudas
/ condena / creencias / tinieblas / fe / religión / tentación / prejuicios
morales y éticos / educación estricta / pensamiento lúcido / el alma y sus
caminos / personaje histórico, María
Coronel. Vincula tiempo pasado con su futuro. Zaragoza. Siglo XXI.
Contemporánea / libre / inteligente / educación liberal / deliciosa, Selina representa el tiempo actual en la
novela. Tres adolescentes ocupan cada arista de un triángulo, proponiendo un
viaje en el tiempo, intercambiándose ante una historia que se abre a otras y que
comparten vivencias e inesperadas situaciones límite.
Entre ritmos incesantes, aceleradamente acordes o
lentos y reflexivos, se desarrolla El
tiempo es de color azul. Como un sinónimo de sí misma ―si es que se puede
contemplar este vocablo en las personas―, se muestra Sonia. Cóncava y convexa / vulnerable / frágil / autocrítica, capaz
de moverse entre límites extremos de la intuición, encadenada a un sino acorde
con sus deseos, pasional. Eros le sobrevuela entre el placer y la duda, y entre
memorias rotas que reconstruye constantemente. Es la contradicción y el matiz.
Eje del relato. Marca su cerco: Atrae.
Los demás personajes evolucionan y nos hacen
partícipes de sus acciones y experiencias en recorridos múltiples que mantienen
ampliamente sus diferentes posiciones ante el espectador. Muy perfilados, se
ubican y se sitúan plásticamente, siendo moldeados por su propio destino o
mejor dicho, asisten a su propio destino asumiendo esa conciencia de la muerte,
como ausencia inteligible. El rito de las cenizas, como ausencia comprometida,
aparece extraordinariamente recogido en uno de sus capítulos.
Con gran poder de seducción, todos ellos registran
su/s tiempo/s y espacio/s: Agripina / Aunia / Telekios / Marco // María Coronel / Francisco Coronel / Dña.
Catalina / El Capitán Contreras // Sonia
/ Selina / Agripina / Esperanza / Carmelo / Eugenio / Pablo / Fernando / Marcos / Micaela / Adolfo…, van a
servir para que la obra siga el curso que el autor desea. Un relato en paralelo
con varios universos o realidades. Hay que advertir que la historia se
contamina con figuras que se bifurcan en la escena o representan lo oscuro, marcando
un terreno resbaladizo que, en sus aproximaciones, colapsa al resto. Es el
reverso, el engaño, la suplantación. La
sombra.
Todos representan su papel ―el culto ancestral, la fe,
la razón, la ciencia― y se mantienen fieles a la narración. Invitan a convivir
con imágenes de la memoria, una memoria conjunta e individual en la que todos
estamos implicados, como un reconocimiento al individuo, al hombre, a su
permanencia o desaparición completa, pero también como personajes reconocibles
que intentan jugar con su anonimato. Hay códigos abiertos por el autor, en el
cambio del sexo de sus personajes con la realidad ―son reconocibles―, pero en
la profundidad de todo, otorga a cada uno de ellos, su propia historia entre el
amor, la amistad y la renuncia. En cierta manera, es un reconocerse entre su
memoria y las memorias de los otros, como guiños que provocan en el lector
mantenerse ante una intriga en un escenario, en que los desarrollos se abren
hacia aperturas a veces incomprensibles.
Las geografías escogidas sobrevuelan un escenario
privilegiado: el Moncayo, que se magnifica y marca drásticamente el entorno.
Una escenografía de la que forma parte La
Cima de Hércules / Muela de los Buitres /
Cueva de los Pilares / Barranco del Isuela / Cueva de Ágreda / El Agujero del
viento / Beratón.
Los otros paisajes, que nos muestra Ignacio Cólera, son paisajes de ciclos
donde las señas de identidad y el paso del tiempo han protagonizado sus propios
registros y abandonos, Río Kalibs Petra
Fincata, Ferri Vallis, el bosque de
Buradon, Castro de Buradon, el asentamiento
romano de la Dehesa de Agreda…, son paisajes que definen al hombre y sus
valores antropológicos, en usos, costumbres, formas de vidas, interviene la
apropiación del lugar y la transformación de los límites. O sitios que definen
ampliamente sus geografías hasta hoy sin deterioro aparente, Plaza del Mercadal, Parroquia de San Miguel,
El Convento de Sor María de Jesús. de Ágreda. Mientras otros lugares con
otros nombres, se muestran con intervalos… Son paisajes que forman fragmentos
de vidas, y cuyas lecturas atemporales se evidencian fuera del tiempo y del
espacio real… lacalledelmedio… calle de
infancia… calle de memorias… espacio
de sentimientos… Quizá sea ésta otra de sus
mejores miradas, en la que el escritor mantiene su discurso. Son textos que
nos devuelven al origen, a la identidad, a la esencia del momento, a la propia
belleza, donde el punto de vista variado revitaliza el valor de cada escena y a
veces el blanco y negro como discriminador de la imagen o el color, muestra su
acento de definición, nítido, pleno, en donde las figuras y el entorno
justifican el propio instante en su pura visualización formal…Son personajes y
lugares que completan su ciclo, que se contextualizan, que conviven y se
desarrollan en su propio cosmos… Retratos que evolucionan y se revelan al paso
del tiempo, un tiempo emocional que
envuelve toda la obra.
Son como fotografías que marcan territorios en donde
no existen las distancias, pero sí el sitio en donde la calidad de la obra
mantiene su compromiso. Es el espacio de la estética y la belleza, en que cada
personaje y lugar define su forma de comunicación e intercambio con el lector.
La imagen poética descrita sobre la belleza en un
trozo de vidrio ―la canica azul― como símbolo de encuentro y pérdida, niños / juego
/ vida / muerte, es sublime; así como los fragmentos surrealistas en los
relatos de las sombras y los niños en la calle y Sola ante la bestia o el reflejo
de sentimientos vivos que nos muestra en el capítulo dedicado a los Dioses de la muerte. Mientras la
simbología de lo efímero juega entre lo mítico y lo simbólico, en La Constelación de Orión y el tatuaje / el hombre volador / el vuelo chamánico, o en
los nombres, Selina / Selene / Luna.
La peculiar relación de los personajes y la historia
que se va revelando, según vamos avanzando, la interacción creada entre el
pensamiento del autor y su obra, que especula con tiempos y espacios ―multiversos―, abriéndose constantemente
a nuevos códigos representativos en donde los primeros pierden su linealidad
ante un universo simbólico, invitan al lector a una reflexión profunda.
Autobiográficamente, como un trazado automático, el
autor describe en muchas de sus páginas un autorretrato íntimo y reflexivo, a
veces extremo ―ante un intrusismo en el que todos estamos invitados como
espectadores―. El concepto de otredad queda latente. La metáfora se cierne
sobre sí mismo. Él es el que descubre sus fisuras y lo manifiesta ampliamente,
como en la infancia mitificada, capítulo La
cena, donde deja leer sus sentimientos más hondos. Sonia es él, y él, el
espejo de Sonia. Quizá sea en ese espacio vivencial y ficticio donde Ignacio
Cólera implica su mejor baza… y quizá el valor del ensayo narrativo se encuadre
en ese espacio que habita y hace habitar, como trayectorias en el intento de
contar, de retener de reflejar, de crear… entre plasticidad y belleza, pero con
una carga emocional intensa. La obra está llena de contrastes claridad /oscuridad,
como elementos abstractos que comprometen la lectura.
Relato extraordinariamente visual ―los textos se
vinculan a la visión―, un juego abierto a la mirada que se adentra entre
pasados y presentes, ante unas vivencias que requieren ser contadas, construyendo
otras realidades. Su valor estético y plástico, mantiene un proceso abierto en
la interpretación del lector. Desvela la intensidad que se esconde en muchos de
los textos. El libro también puede entenderse como esa idea previa abierta a lo
múltiple y plural del significado que, a modo de visiones cruzadas, se van gestando
a través de conceptos y ficciones, como aproximación a nuevas experiencias.
La unidad formal del escrito, así como la complejidad
y variedad, la encontramos en sus temáticas fundidas: la dualidad entre
civilización y creencia; la oscilación entre fe y religión; los contextos
sociológicos, que para Ignacio Cólera son esenciales; la reivindicación de la
identidad; la adopción; las relaciones pareja / amistad; los valores éticos; la
recreación de paisajes interiores en otras realidades; el valor ideológico; la
ciencia como esencia y experiencia; el universo como hipótesis. Ante la
variedad de temas mantiene un hilo conductor que se abre a la conveniencia del
espectador y sus interpretaciones. Nuestras miradas se adentran entre el pasado
y presente, cruzándose, en una alteración de secuencias que rompen el orden
cronológico establecido, conectándose continuamente. Su técnica narrativa se
encuentra en ese intercambio de tiempos diferentes, sin que quede roto el hilo
conductor de la narración. La analepsis y prolepsis es constante. Por ello
indico que la obra, no lineal, sustenta sus parámetros en temporalidades y
espacios diferenciados / alternados / inventados / superpuestos / en paralelo,
que a veces se conjugan en el juego a modo de puzle de los diferentes capítulos,
todos ellos conclusos en un cerrar de historias, aunque en el fondo, cada uno
de ellos hace pensar en propuestas que dejan al espectador en una aproximación
a lo inacabado como apertura interpretativa. Pero la narración de Ignacio es
algo más profunda, es la construcción de todo un conjunto de relaciones que
definen un complejo argumento en una descripción poliédrica.
El concepto de unicidad se resuelve inteligentemente a
través de un guion acordonado entre el gran laberinto de historias que aborda e
interrelaciona. Sin olvidar que estamos ante un libro abierto a la insinuación,
en el que al lector se le involucra para sacar sus propias conclusiones.
El tiempo es de
color azul es un ciclo que empieza y acaba en una
historia fantástica, a través del ojo subjetivo de su autor y que el lector atraviesa
a través de imágenes / imaginarias, como respuesta a un proceso creativo. El
lenguaje fluido, la apertura de sus significados y la belleza del contenido, se
asoman y nos hacen partícipes de una estética acorde nada común.
Nada hubiera sido posible sin las propias referencias
de Ignacio Cólera, su pensamiento, su
posición de hombre de ciencia, de hombre contemporáneo… Todo esto se refleja en
la trama de la novela, delatándole, a través de los minuciosos estudios e
investigaciones realizadas en torno a la cultura celtíbera y romana en los
alrededores de Ágreda, el contexto de Sor María de Jesús de Agreda, las citas
reveladoras de Jung y las incorporaciones de nuevas teorías que abarcan el
misterio del Universo y el ser humano. La física cuántica. El universo
holográfico.
No entenderíamos su libro si no habláramos de amor y
pasión. El Tiempo es de color azul es un libro que habla
del amor en todos sus sentidos.
Hay una sensación de pérdida o de vacío al atravesar
el espacio o espacios de la memoria, espacios que se bifurcan y se descifran en
aperturas continuas. Son sus paisajes interiores que se traducen
constantemente. Es la relación de la metáfora abierta entre la vida y la
ficción a través de etapas diversas que rayan en un relato nada común que
mantiene su misterio. Es el acierto del autor en la forma de unir todo ello en
la profundidad de la creación y en la proyección plural que se abre como forma
de comunicación; secuencias plenamente conscientes dentro de un planteamiento
imaginario / fantástico, que ofrece en el escritor una libertad formal. Se
aprecia claramente una flexibilidad intelectual junto con una propuesta
estética en la manera de reflejar los textos, en el modo de percibir cada una
de las imágenes que se van filtrando en la retina del lector, en la medida de
trascribir encuentros, en la manera de reclamar personajes que actúan y se
desarrollan plenamente en un espacio a modo de cartografía vivida.
El universo de Ignacio Cólera, en su más pura esencia,
registra su forma de existencia y de manifestación cultural en un eterno
interrogante ante la vida.
El tiempo es de
color azul mantiene vivo lo imaginario y sus
sentidos, un lugar en el que percibir
y sentir, es el lugar en donde no
caben las definiciones, sino que se abre paso al mundo de la creación.
Marisa
Bajo
Catedrática
de Universidad de la U.L.L.
y
Paseante
de memorias en la calledelmedio
Mayo
2016
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